Según nos cuentan, el pequeño adolescente, anda siempre a esa hora registrando los teléfonos tratando de obtener algunas monedas, las mismas que a otras personas les sobran a raudales y usan para obtener más ganancias.
Cuando nos estamos retirando, divisamos su figura triste cargando sus harapos del cuerpo y del alma, viniendo desde la Plaza Colón, y acompañado de algunos infaltables perros de la noche, los que fielmente lo abrigan en estas noches ariqueñas que cada vez se van poniendo más frescas.
Intentamos una conversación y foto con él, pero sus canes reaccionan y él, desconfiado por naturaleza y por todo lo que ha tenido que vivir en su corta existencia en la calle, huye rápidamente al sentir el flash que rompe el silencio que a esa hora reina en el paseo peatonal 21 de Mayo.
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